Mujer al otro lado del mundo,
tus penas y mis penas
no son las mismas, no.
Por más que intento imaginar
—a la orilla del sueño profundo—
cómo será tu vida, cómo te las arreglarás,
yo no lo consigo, no.
Tú te despiertas en la incertidumbre
del hambre, del frío y las bombas,
de tus hijos gritando «mamá, mamá».
No hay hombres en casa: todos muertos.
Ellos se rehusaron a capitular.
Pero tú, arrastrada en tu única dignidad,
humillada y mullida como el corazón de una flor rota
hallaste la fuerza en el palpitar de sus ojos,
porque los niños te miran, no quieren morir.
Recorres aldeas y pueblos fantasma
donde solo reina una estela de destrucción.
Nadie te da nada si no les brindas algo a cambio.
E incluso hasta a «eso» te ha llevado tu desesperación.
Atrás quedaron los años cuando al pasar te llamaban «dama».
Poco queda de esa mujer; el resto, sencillamente murió.
No logro imaginarte al otro lado del mundo
suplicando al cielo un poco de consolación.
Lejana mujer, amiga y hermana,
tus penas y las mías
no son las mismas.
No.
—Lihem Ben Sayel.